Tuesday, January 01, 2008

La Navidad como problema

Hay que ver qué poco me cunden los años. Con treinta tacos de calendario, y aún albergaba una secreta esperanza de que podría pasar unas cenas navideñas tranquilas con toda la tropa y sus consortes. ¡Ja! Es como cuando te toca un mal grupo de la ESO: hagas lo que hagas, la cosa se irá a pique. Y es que no depende de ti.

Así que hoy, primer día del año, me confieso con la lección aprendida, para este año y todos los que han de venir. He aquí un artículo que me ha hecho sentir menos sola en este aspecto. Menos con el puntito católico, estoy de acuerdo en todo. (Podéis leerlo en El Correo Digital.)
Ya lo decía el refrán: Mal de muchos... consuelo de todos.Así era originalmente.
(Feliz año nuevo.)

La Navidad como problema (Vicente Carrión Arregui)
31.12.2007


Ha pasado un año lleno de desencuentros, decepciones, comentarios a la espalda, rumores, expectativas defraudadas y todo aquello que constituye los habituales dramones familiares y ahora, por fin, en la mesa navideña, tienes enfrente a la nuera, a la suegra, al cuñado o al primo de marras y ¿qué haces? ¿Le pides que te diga a la cara todo lo que ha chismorreado de ti a cuentagotas? ¿Le preguntas en qué ha invertido la parte de la herencia que te estafó? ¿Le suplicas que deje de ser tan notoriamente infiel a tu ahijada? ¿Le vuelves a reclamar las joyas de la abuela? ¿Le diriges la palabra o le ignoras aunque nadie te pase la sal?

No, tú no eres un provocador ni un 'revienta encuentros' familiares. Por la paz, uno y mil villancicos. Eso sí, luego te sentirás fatal: te has convertido en un apólogo del 'todo va bien', 'aquí no pasa nada', 'no merece la pena estropear la fiesta' y tantos otros eufemismos que sólo consiguen que las piedras de tu riñón crezcan y crezcan hasta el estertor, cómplice por fin de esa hipocresía sociofamiliar que tanto repudiabas en tus años mozos. ¿Recuerdas? Cuando el comedor parecía un miniparlamento en donde se exigían posicionamientos ante el último atentado o había que tomar partido entre el Olentzero y los Reyes Magos mientras jurabas por los cromos del Capitán Trueno que nunca harías tuyos el fingimiento y la impostura con que se aniquilan la sinceridad y la franqueza en nombre de la buena educación, por mucho que llorara la amama. Luego, poco a poco, si no por el Jesusito de Belén por las nuevas criaturas que iban alargando la mesa familiar, o por las dolorosas ausencias que iban achicándola, irían quedando atrás las rencillas particulares, adulto ya, capaz de ofrecer la mejor sonrisa al peor pariente. Sin saber todavía si la naturalidad en el fingimiento es un gran arte o una gran derrota.

Vamos haciéndonos expertos en salvar las apariencias, sí, y eso que la Nochevieja cada vez está más difícil. Hemos pasado de qué cenamos al qué me pongo para estar a la altura de los últimos anuncios publicitarios, como si fuera un fracaso existencial no poder derrochar cientos de euros en atuendos, cotillones y otros excesos que nos aseguren una noche memorable. Quien no grite, cante o petardee en cuanto den las doce -ni mencionamos el mal fario de quien pretenda acostarse antes de medianoche- es un amargado y un aguafiestas que no respeta el imperativo social de estirar el ánimo durante la madrugada del Añonuevo como si esas horas fueran las témporas de la felicidad del año que entra: alcohol, risas, baile y sexo, a poder ser, pilares de la fe de nuestro tiempo. Lástima que en la liturgia laica del cotillón sean también pocos los elegidos entre los muchos llamados. Un paseo por la ciudad a primera hora de la mañana, antes de conectar con Viena, es la imagen misma de la derrota: los pies femeninos ya no soportan los zapatos de aguja y las corbatas masculinas parecen sogas. Centenares de jovencitos consuman la retirada sin haber pillado lo que buscaban, como si las témporas les hubieran sido tan esquivas como la lotería.

Pero todavía quedarán arrestos para la traca final. Hay que comerse el rosco como sea y los centros comerciales son los templos donde la orgía consumista llega a su paroxismo. Sin ir tan lejos, las luces de cada escaparate nos recuerdan que hay que ofrecer regalos a cada niño que nace, a cada uno de nosotros si lo miramos en perspectiva. Complicado cálculo de gustos, presupuestos, comparaciones, encargos, excesos y penurias que acaban con nuestras últimas fuerzas, desarbolados ante la fría cuesta de enero, todavía dispuestos a rascarnos los bolsillos ante las inmediatas rebajas.

Se me han quedado en el tintero los belenes, las uvas, la copita de moscatel de los Reyes, los niños cantando de puerta en puerta, los Olentzeros por la calle, los saltos de esquí en la tele, las cabalgatas regias y todo ese fulgor de felicitaciones navideñas, llamadas telefónicas, buenos propósitos y detalles cariñosos hacia los seres queridos. Y no es que no sean reales, no. Para muchos la Navidad es todo eso y mucho más, sea el solsticio de invierno o la Natividad cristiana. De forma más laica o confesional no hay muchas dudas de que estos días celebramos la renovación de la vida con cada niño que nace. Y en nombre de los niños de hoy o de los que un día fuimos, conservamos a veces hábitos que han perdido todo su sentido sea porque falta la fe cristiana o porque sobran los auspicios de los grandes almacenes.

O puede que sin apenas darnos cuenta las Navidades hayan pasado de ser la fiesta de los niños a ser la fiesta de los mayores, que sean ahora los padres, madres y demás quienes sostengan este artificio para mantener los vínculos de las familias que tienden a desperdigarse cada vez más. De ser así, no vendría mal ir tomando el relevo de los preparativos gastronómicos que en tantas familias ya no se sabe si son más motivos de desvelo y preocupación que de satisfacciones. En cualquier caso, niños como mayores estamos montados en un mismo carrusel que año tras año nos tiene presos de pasiones antagónicas: huir como se pueda de las celebraciones navideñas o ser los primeros en posibilitar escenarios de encuentro en los que celebrar con los nuestros que, un año más, la luz del día acorta la noche. Felices fiestas.

3 comments:

Anonymous said...

uy, que artículo tan negativo. Bueno, siempre nos quedará Londres, no? lo he pasado genial estas fiestas con vosotras, mil besos! ^__^

Anonymous said...

¡Lo mismo digo! Han sido unos días geniales.
¿Cuándo hacemos otro viajecito?

Anonymous said...

Para unos será negativo, pero para otros, desgraciadamente, es muuuy realista!