Tuesday, October 28, 2008

La penuria



Lo más penoso de tener dolor crónico es la presión social de tener que esconderlo.
Después de casi cinco años conviviendo diariamente (redundante pero cierto) con él, me conciencio, después de leer otras opiniones y sensaciones, de lo siguiente: el dolor crónico no está aceptado socialmente. O, lo que viene a ser lo mismo, lo que se sale de la norma no gusta. Sobre todo cuando implica sufrimiento. No hay naturalidad al respecto.


Del ninguneo de muchos médicos, ni hablamos.
La necesidad de ser tratado por un equipo multidisciplinar que quiera entenderte, ni la comentamos. España es Europa, pero no hasta ese punto. Los enfermos crónicos son sólo eso: enfermos crónicos. A pan y agua. Si quieres un fisio, búscate la vida. ¿Que necesitas otro especialista que se complementa con el tuyo? Corre, vete. Búscatelo y le cuentas tu historia desde el principio.

Creo que puedo generalizar acerca de la tendencia del paciente de dolor crónico a, cuando empieza a comprender la cronificación del mismo, deprimirse.
Nadie te orienta acerca de eso. Tremendo, pero cierto. Se obvia.

Estoy cansada de que la sociedad nos tome por farsantes, por vagos, por mentirosos. A que sólo te crean cuando se te ve gris, con mala cara y con bastón o silla de ruedas.

Un amigo mío me dijo, en una ocasión, que no tenía que huir del dolor. Sé que me lo decía con amor, pero le ocurre lo que a la mayoría: o eres un héroe/santo que no se queja y lucha contra viento y marea, o estás obsesionado con el dolor. No se entiende que tengamos malos ratos o que conozcamos nuestras limitaciones, ni que es humanamente imposible obviar el dolor. Sencillamente, no se acepta. Se cree que es fruto de nuestra mente. Y es tremendamente injusto: se añade la incomprensión social al padecimiento físico y al psicológico.


Siempre recordaré un fragmento que me emocionó profundamente de la biografía de Carol Easter sobre Jacqueline Du Pré: decía que el hecho de que se quejase, de que tuviera malos días y de que llorase y maldijese amargamente en ocasiones, no restaba ni un ápice verdad a su valentía. Ni a su lucha.
Ni a que fuese una tía de putísima madre hasta el última día.

1 comment:

Anonymous said...

¡Qué razón tienes! Muchos besitos y gracias por compartir tus experiencias con los demás. Seguro que sirve de ayuda a mucha gente.