Homenaje al tocadiscos

Nunca me había sentido tan anciana (sí, ANCIANA) como después de una "inocente preguntilla" el otro día, en el trabajo. La movida iba de sistemas de reproducción previos a los electrónicos, uséase, de generaciones anteriores. Los nenes haciendo un ejercicio en silencio.

De repente... ¡ocurre! Un pequeño energúmeno treceañero se acerca a mi mesa, libro en mano, y me pregunta, "profe, ¿cómo se llaman esos cacharros cuadrados en los que se meten unos cedés mu grandes mu grandes?". Y el nene venga a gesticular. Y yo tragando saliva. No puede ser. No es posible que me esté preguntando esto. Me miro de reojo la pelambre: ¿cuántas canas tengo ya? ¿Será que han pasado de golpe cien años, como en el cuento, y yo me encuentro súbitamente en una clase en el año 2106?

"¿¿¿Tocadiscos???", pregunto, atónita. "¿¿Pero no sabes lo que es un tocadiscos??"" La impotencia me desborda. Indescriptible. Le miro atentamente, a ver si es que tiene mala cara o me está vacilando.
"Sí, claro, profe, por eso te lo pregunto..."
:S

Jar. Tocadiscos. Elemento de mi infancia, adolescencia y juventud. Bueno, juventud, según se mire, ya que yo me sigo considerando en esa categoría... ¡¡pero la generación inmediatamente posterior a la mía no conoce ni nuestras herramientas más rudimentarias, más básicas...!!

¡Oh, tocadiscos! ¿Qué hubiera sido de mí sin tener que presionar la aguja siempre en el mismo punto del elepé de Sting para que no se atascase? ¿Y mi primer vinilo de Black, en torno a los 11 años (¡con mis primeras letras en inglés!)? ¿Y el huevo frito que sonaba en cuanto ponías el disco, adorable anticipación, sobre el silencio, de todo lo que vendría después?

Ah, nostalgia... ¡qué poco me ayudas en mi tarea diaria...!